Se me hizo tarde otra vez, pensé en tenerte conmigo hasta el anochecer.
Conmemoré el día de tu venida, tan seguro y a la vez sorprendente de que vendrías
tal y como me lo prometiste en esa noche oscura fría,
la misma que incitó a vernos a escondidas.
Siempre fuiste para mi un diamante difícil de ocultar a la vista,
inerte y pulido que brillaba a donde quiera que iba
sin conocimiento de la humildad,
y fácil de admirar a los ojos de los demás.
Consentimos nuestros deseos más impuros que el alma pudo crear,
mi cuerpo te supo mimar, del único modo que tus manos me pudieron guiar,
enseguida de un acto final...
con el roce de tus labios incitándome a pecar.
A partir de ahí, nuestro lazo se hizo fuerte cada vez más,
y tras un distanciamiento triunfal
nuestras caricias se perdieron en un frío total,
el mismo frío que arrasó con un trago amargo para recordar.
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