Al principio no sabía distinguir entre el bien y el mal, sino hasta después, que fue el límite de la estadía en la zona de confort.
Eva se encontraba con Adán, los dos juntos, siempre tomados de la mano, deseando tomar el camino del bien, siendo los guías que Jesús había planeado para la creación de una nueva generación, llena de luz y amor. Viviendo en el límite de la armonía total.
El paraíso se veía brillante, lleno de vida y naturaleza colgando de todas partes, entre animales y seres que los seguían, pero hubo uno en especial, frío y escurridizo, a donde quiera que iba sembraba el mal sin importar el daño que causara.
Eva se dejó llevar por aquel animal de lengua traviesa, induciéndola a que comiera de la fruta prohibida, de aquella única cosa que Jesús les había prohibido a aquellos guerreros de luz. Sin embargo, Eva alzó su brazo y con éste su mano, arrancando la manzana de aquel árbol, el mismo que traería consecuencias severas tanto para ella y su generación.
Todo lo que conocían como bondad y sabiduría, se les fue arrebatado de inmediato y Adán, perdido por el amor de su compañera, también comió de aquel fruto, cayendo en un sueño profundo y eterno.
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