Eva, al igual que Adán, se dieron cuenta de lo terrible que era vivir en ese mundo terrenal, donde no había Dios, no había compasión por nadie.
Al final, Adán se encontró en su forma humana, jugándose la vida de una manera brutal, corrupta, la cual no deseaba tener, pero las circunstancias lo llevaron a ser así.
En medio del desorden, ambas almas seguían unidas, abrazadas una a la otra, como si no hubiera un mañana, fue así que juntos decidieron huir de aquel infierno que estaban viviendo.
Era una mañana gloriosa, única y especialmente para ellos. La sensatez de Eva calmó el rotundo dolor de Adán, sumergiéndolo a las aguas de la paciencia y el equilibrio, como si el reflejo de sus pecados hubiera desaparecido por completo, así lo hicieron ellos.
María comprendió que el sufrimiento que sentía tras haber perdido a sus hijos del Paraíso, era algo necesario, un camino que dependía de ellos volver a tomar. Después de todo, era tan grande el amor de aquellos dos, que nada más importaba, que si bien tenían actitudes negativas, también contaban por mucho las positivas. Podremos ser dominados por nuestros demonios internos, pero en el fondo sabemos lo que realmente queremos. No necesitamos usar máscaras o pistolas para triunfar en la vida, solamente se necesita de paciencia, comprensión y equilibrio ante la situación.
El paraíso estaba listo para recibirlos, sus puertas una vez más dejaron pasar a estas dos almas que un día tuvieron la locura de haber retado al creador, pero que, sin sus actos, jamás hubieran comprendido el por qué tenían que caer para aprender una lección en vida.
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